La España impotente (2 tomos)

 PRÓLOGO

“A los políticos les interesa la gente, lo cual no siempre es una virtud. También a las pulgas les interesan los perros”.

 

He decidió encabezar la introducción al libro con esta frase del escritor norteamericano Patrick Jake O’Rourke, porque me parece que resume bastante bien lo que pienso sobre miembros de la casta política en general con algunas excepciones, muchas de ellas muy honrosas, y que, en el fondo, es el sentimiento de muchísimos españoles que como por arte de magia parecen olvidarlo a la hora de ejercer su derecho al voto; por cierto, un voto coartado por un sistema partidista de listas que impiden a los ciudadanos elegir a quienes los partidos políticos no han incluido en esa especie de quinielas hípicas que son las hojas de sufragio propuestas por las todopoderosas maquinarias políticas en base al clientelismo y el pago de favores.

La relación que tenemos los españoles con los políticos se parece a la de esos cornudos a los que sus parejas cambian por otras personas en la cama y en la vida; hablan pestes, maldicen en público cien veces y en cuanto los muy insolentes les guiñan el ojo pidiéndoles volver a empezar, se arrojan en brazos de los mil veces infieles para iniciar un nuevo ciclo que durará hasta que vuelvan a ser cornificados sin voluntad de contrición ni propósito de enmienda.

Pero este trabajo que tienen entre sus manos no pretende hablar de los políticos sino del uso constante de la política sucia que, sin ser igual, en el fondo no es muy distinta a una afección viral que mantiene a España postrada en cama, con fiebre y gripe porcina. Lo malo es que, a pesar de haberse identificado los virus que atacan a nuestra sociedad, los gobiernos que se han sucedido en el poder, se han empeñado en no decirnos la verdad obcecándose en tratar este mal catarro con placebos, lo que ha hecho más violenta la infección y, sobre todo, han elevado al nivel de un acto de fe el no decir nunca la verdad a los electores. Al final, entre todos, hemos conseguido hacer de España un ente apático, desmoralizado, incapaz de responder con vigor a los requerimientos de la sociedad moderna; la antigua piel de toro se ha convertido en una especie de colcha artesanal construida con retales, en un conglomerado de gentes indiferentes a cuya cabeza hemos colocado un gobierno que deambula recortando entre los problemas que debía solucionar, mientras que la oposición ocupa lo más claro de su tiempo en tratar de aleccionar al personal.

El diagnóstico asegura que España, en su conjunto, se ha vuelto impotente, sí; pero parece ser que en este país todavía queda algo de empuje en unos pocos, acomodados, viciosos o rompe-pelotas, porque no dejan de darnos por donde la espalda se divide en dos, pidiéndonos además que nos relajemos y disfrutemos del momento. Como me siento un poco incómodo a cuatro patas, decidí que este malestar era digno de ser contado a los demás, y me puse manos a la obra pensando que habría gente tan molesta como yo mismo.

Cuando comencé a pergeñar los primeros esquemas de este libro no tenía muchas dudas sobre cómo pensaba desarrollar el tema de esta sociedad enferma pero, conforme el trabajo iba creciendo en la pantalla del ordenador, me di cuenta de que, para ser comprensible, necesitaba muchísimas notas a pie de página que aclarasen conceptos importantes, que podían ser ininteligibles para quien no conociese bien los oscuros manejos de quienes deciden nuestros destinos, sin tomar en cuenta las opiniones de aquellos que les votan; por otra parte, muchos fragmentos del texto aparecían ambiguos o incompletos, si no añadía mis opiniones personales sobre los hechos que trataba de relatar por lo que, tras borrar muchas veces los planes que iba proyectando, terminé por concebir un boceto definitivo que intentaba manifestar, presas en la enredada madeja de una existencia muy intensa, las reflexiones de quien la vivió.

Al punto que hemos llegado en este país, se presentan dos bloques enfrentados en una lucha sin cuartel por conseguir el poder. En una esquina están los chicos del buen rollito ciego a los problemas y la sonrisa de “tranquilos-que-no-pasa-nada”, apoyados por una fauna variopinta que se ha dado en llamar progresía, y en la otra se encuentra un grupo que no encuentra más que defectos al grupo oponente sin proponer soluciones, cuyos integrantes están asistidos por los sucesores del aprendiz de dictador bocazas que otrora ponía los pies sobre la mesa de George Walker Bush.

Esta pelea se ha convertido en un tira y afloja diario en el que más que gobernar los unos o hacer oposición los otros, los dirigentes políticos de los partidos mayoritarios viven en perpetua campaña electoral pasándose por el arco de triunfo las necesidades del país y las de sus habitantes; gracias a estos lumbreras, la sociedad española se ha polarizado hasta tal punto que los seguidores de uno de los grupos no escuchan a los del otro y, en este diálogo de sordos, la gente ya no ve los debates que emiten en televisión para informarse de lo que piensan los representantes de la política nacional, sino para criticar al día siguiente, exactamente con las mismas palabras que pronuncian quienes dominan el cotarro de su preferencia, lo que dijo el líder del partido antagonista.

Esta situación es debida a la ausencia casi total de políticos vocacionales que han sido sustituidos por los que podíamos llamar dirigentes “chusqueros”, los que empezaron pegando carteles y han llegado a los puestos que ocupan por antigüedad en el “servicio”, por las amistades que han sabido cultivar o por lameculismo y no por sus méritos personales, ni por su buen hacer y menos aún por su voluntad de servicio a los demás; lo peor de todo es que estos tiparracos han logrado hacer buenos a todos los políticos de la etapa de la transición.

En este río revuelto en que se ha convertido la política nacional de las últimas décadas, pescan unos personajes que, a despecho de lo que piensan los integrantes de las mayorías, cada día más silenciosas, logran beneficios personales a base de recortarnos las libertades a los demás, dando por hecho que están en posesión de la verdad incontestable y que, en el fondo, se consideran tan infalibles como el Papa de Roma, incluso si son ateos. Estos modernos inquisidores, progres o inmovilistas, siempre disfrazados de seres dialogantes, con los hábitos de los demócratas de toda la vida, tratan de imponernos sus dicterios disfrazándolos con oropeles, presentándolos en medio de una tramoya histórica que reinventan día a día llegando al punto de que a la Historia de España no la reconoce ni la madre que la parió.

Ante este panorama social de espejismos y apariencias en el que, con objeto de suavizar las verdades y no llamar al pan, pan, y al vino, tintorro, utilizamos más diminutivos que Ned Flanders el vecino meapilas de los Simpson, urge poner las cosas en su sitio y terminar de usar sinónimos elegantes que edulcoren los conceptos; no deberíamos escribir jamás las palabras cohecho, prevaricación y malversación, que suenan a delitos con un cierto grado de respetabilidad y elitismo, en el lugar en el que debían aparecer soborno, robo, fechoría y desfalco, pongo por ejemplo, para que los delitos cometidos por quienes prometieron acabar con la corrupción, durante las campañas políticas, sean más asimilables o comprensibles que si les quitan parte de su violencia verbal.

Por todo lo expuesto creo necesario dar un paso al frente y escribir las cosas como las veo, sin paños calientes ni píldoras doradas porque, si leen con mucha atención el texto de este libro, verán que todo cuanto afirmo está sustentado con citas, o con documentos, y, en el fondo, estoy convencido que no hago otra cosa que dejar escrito para la posteridad, o para la hoguera, lo que casi todos saben y callan por conveniencia, por respeto o porque les falta el valor suficiente para hacerlo.

Siempre les he tenido miedo a las personas que presumen de ser muy directas y sinceras, porque suelen ser simplemente ofensivas y maleducadas. Los que andan abriendo su bocaza al pregonar que “no saben callarse nada”, son otros iluminados que creen estar en posesión de la verdad y yo, lo juro, tengo otra verdad en el coleto: la mía; pero, comprendiendo que hay muchas verdades, no pretendo que la mía sea definitiva y la tomo como lo que es en realidad: una opinión.

Por eso es posible que el contenido de este libro me cueste algún disgusto debido a que, en este país de la paridad sin méritos, de ladrones encorbatados, de fascistas impenitentes, de feministas rabiosas, radicales, defensores del “lo queremos ya” y lo que se llama políticamente correcto, cosa que suele ser humanamente censurable en general, está mal visto llamar a las cosas por su nombre sin poner antes paños calientes para que no haga demasiada “pupa” a quienes careciendo de conciencia, sin asustarse de nada por estar de vuelta de todo, fingen escandalizarse y ofenderse cuando alguien les dice a la cara lo que casi todos desearían y nadie se atreve.

Está muy claro que no todas las opiniones tienen el mismo peso específico por lo que, antes de empezar a escribir mis verdades, me siento en la obligación de presentar ante ustedes las cartas credenciales que deberían servir como autorización válida para dar a conocer públicamente todo lo que pienso sobre la situación que vivimos en este país que hace algunos años era conocido como España, antes de que políticos ramplones de segunda fila, nacionalistas extremos, feministas rabiosas, inmovilistas de la derecha rancia y radicales de toda estofa, quisieran imponernos sus exigencias por cojones, ante la pasividad de un gobierno “conservador” al que le viene grande la tarea de administrar un país.

Dado lo complejo de mi pasado es posible que algunos quieran sacar historias viejas para desacreditarme pero, debo reconocerlo, me importa un ardite lo que digan quienes no tienen otra estrategia que la de acusar a los demás para defender ante la opinión pública sus vergonzosas actuaciones, normalmente indefendibles. Si bien es cierto que soy culpable de haber protagonizado a lo largo de mi vida algunos hechos realmente vergonzosos, como ustedes podrán comprobar si siguen leyendo, tampoco pretendo ir por la vida dando lecciones de moralidad a mis congéneres; lo único que deseo en todo caso con este trabajo, es que mis experiencias sirvan de ejemplo para que, si es posible, nadie se empeñe en cometer los mismos errores que yo y por esta razón creo que es necesario el que conozcan la parte de mi vida que me autoriza a expresar mi opinión.

Sé que sólo por el hecho de exhibir a la vista de todos las verdaderas raíces de esta nación plural, poner al alcance de los ciudadanos la gran mentira de los nacionalismos, desvelar la tiranía de las minorías extremistas y sacar a la luz del día los hediondos trapos de la llamada alta política, estoy optando a ser el blanco idóneo de reacciones que pueden hacerme mucho daño en el terreno personal; pero hace tiempo que le perdí el miedo a la cárcel, quienes me utilizaron durante años me enseñaron a no temerla, y, por otra parte, las respuestas más o menos violentas, los insultos y las voces de las minorías radicalizadas, la logorrea insultante de los políticos o las agresiones de los nacionalistas irracionales, aquellos que echan mano de la violencia cuando se acaban los pocos argumentos que tienen en defensa de sus ideas, o las descalificaciones que intenten los integrantes de cualquiera de los bandos, o bandas, que deseen iniciar un conflicto conmigo me trae totalmente sin cuidado porque estoy convencido de que el paso de los años terminará por poner a cada uno en su sitio.