LA LIBERTAD INTOLERANTE

lA LIBERTAD DE LOS INTOLERANTES O LA IZQUIERDA FILONAZI

Solidaridad y convivencia social
Solidaridad y convivencia social

Desde hace algún tiempo veo, no sin preocupación, cómo un grupo de “progres” de la izquierda radical española intenta convencernos de que debemos vivir de acuerdo a unos parámetros modernos, lógicos, dialogantes, abiertos y, sobre todo, que sean los suyos; en una palabra, que dejemos de ser como somos y nos subamos al tren de lo que ellos han definido como políticamente correcto para vivir en gloriosa paz, de acuerdo a la filosofía de vida que se enseña en el Evangelio según santa Bibiana Aído, becaria de cajas de ahorros, experta en flamenco y mártir de los odiados machos de este país.

El hecho de que estos aprendices de activistas, seguidores de la doctrina del santo padrecito Stalin vayan ataviados con la kufiya palestina, al igual que se atavían esos otros cachorros rabiosos de la kale borroka, más que preocupación me causa una pena casi tan grande como cuando los veo en sus manifestaciones, ellos dicen que son “multiculturales”, apoyando cualquier gilipollez, atados a unos tambores de diferentes tamaños, intentando remedar los gráciles movimientos de los seguidores del ínclito Carlinhos Brown, sin darse cuenta que las cinturas mediterráneas no están hechas para la samba y la bossa nova porque, según las malas lenguas, a los nacidos en Brasil les falta una vértebra, lo que justificaría la extrema movilidad que pueden darle a sus caderas; pero los escorzos violentos de cintura y los giros de cadera que consiguen estos tamboreros de pacotilla, se parecen más a los propios de quien sufre retortijones de barriga, o a quien está a punto de mearse patas abajo, que a los sensuales movimientos de los mulatos brasileños.

Claro que es necesario comprender que para una gente tan ocupada como estos apóstoles de la progresía, siempre dispuestos a manifestarse en favor o en contra de algo, los únicos instrumentos que tienen tiempo para aprender a hacer sonar son los tambores, el triángulo, el matasuegras y la vuvuzela ya que, para el resto de instrumentos musicales, además de tiempo, que no tienen por estar siempre reunidos en botellones o en manifestaciones y “quedadas”, hace falta talento, que tampoco poseen; de cualquier manera, vista la elegancia de sus movimientos y la madurez de la que hacen gala en sus reivindicaciones, les es más asequible la simplicidad de un tambor tribal, primitivo porque, una pandereta, ya es demasiado avanzada tecnológicamente y, por ende, más complicada de manejar.

Pero como cada cual hace el ridículo como le sale de los mismísimos, no voy a entrar en ese terreno, son libres en un país democrático al menos sobre el papel, de hacer lo que les venga en gana. Lo que ya no me parece de recibo es que estos defensores de la libertad quieran imponernos un modelo de vida basado en sus inclinaciones personales o en sus preferencias. Y es que, cada día que pasa, me encuentro con más y más despropósitos que atentan contra la libertad de los ciudadanos españoles, entre los que me cuento, y empiezo a cansarme de los razonamientos vacíos de quienes intentan asignarnos su estilo de vida.

Realizando un pequeño ejercicio de recopilación de datos, basta con salir a la calle y observar cómo algunos individuos pertenecientes a este grupo de “dialogantes”, ataviados con ridículos cascos de protección y sus oídos taponados con las bondades del i-pod, no dudan en invadir las aceras con sus bicicletas, poniendo en peligro la integridad física de los viandantes porque, según ellos, tienen derecho a ir por donde les venga en gana. Del mismo modo, organizan botellones cuando y donde quieren, convirtiendo patios y jardines en urinarios públicos porque tienen derecho a divertirse y las copas les salen más baratas en las tiendas de los “chinos” que venden en horarios ilegales, que en los locales autorizados para la venta de alcohol.

Podríamos seguir con muchos más ejemplos pero, como todos conocemos el percal, bastará con que ustedes hagan un ejercicio de memoria personal y elaboren sus propias listas. El caso es que, en el fondo, todos estos “detalles” sobre la aplicación de la ley del embudo no me terminan de preocupar tanto como esa terrible filia que tienen a prohibir todo cuanto no es de su agrado y, eso, sí empieza a minar las bases de una convivencia democrática que el gobierno de esta nación debería de fomentar y, sin embargo, desprecia en favor de quienes viven un palmo por encima de lo humano y lo divino.

La pasión por prohibir ha llegado a extremos increíbles. Ya no se dialoga ni se propone: Simplemente se prohíbe, cuando no se habla de abolición. La lista sería interminable pero remitámonos a unas pocas cuestiones. Uno de los temas que está siempre de actualidad, es la ley anti-tabaco. Todos estamos de acuerdo en que el tabaco es dañino, pero el gobierno sigue permitiendo su venta. Quienes no quieren respirar el aire viciado de los fumadores, protestan porque no pueden entrar donde quieren a tomarse su poleo menta o su café; sin embargo, los fumadores, deben asumir por cojones que, a pesar de estar consumiendo una sustancia tan legal como la leche o la coca-cola, deben ser tratados como apestados. Esto tendría una fácil solución: Que cada dueño de local, decida si permite, o no, el consumo de algo que se puede comprar libremente en cajetillas que el Ministerio de Hacienda, es decir el Estado, certifica con su sello. Es decir, lo que se está haciendo en la actualidad; pero como un gran número de propietarios de bares y restaurantes dejan fumar, no les conviene la medida y vamos a llegar a la increíble medida de prohibir el consumo público de una sustancia legal. Pero de modo sorprendente, muchos de estos “jovenzanos” que protestan airadamente contra el consumo de tabaco, están a favor del chocolate de Ketama y del uso de la marihuana, eso sí, con fines únicamente terapéuticos.

Los espectáculos taurinos es otro de los caballos de batalla de esta cuerda de intransigentes. No contentos con liberar visones de las granjas, lo que además de ser delito constituye un atentado al equilibrio ecológico que tanto defienden, se han empeñado en acabar con las corridas de toros. A mí, que no me gustan las corridas de toros aunque disfruto del espectáculo de los recortadores, me da igual que se celebren corridas o no porque no voy y, por ello, mi dinero no fomenta el espectáculo, como no contribuye a la expansión del boxeo porque tampoco me gusta, ni voy a verlo; pero comprendo que a quienes les apetezca ir, tienen perfecto derecho a disfrutar de su libertad y no veo por qué razón deberíamos prohibírselo. Las patrañas de atribuir a los animales sentimientos y sensaciones humanas, como en las fábulas de Samaniego, el hecho de defender la vida de animales dotándoles de raciocinio y haciéndonos creer que piensan como ellos lo desean, me parece un chantaje emocional a la sociedad, tan bajuno como ciertas políticas al uso.

Ahora, por decisión ministerial, le toca el turno a la bollería, las golosinas y las “chuches”, que pretenden prohibir en los colegios, para preservar la salud de nuestros niños. Mi generación, que ha vivido bajo el régimen franquista, ha sido protagonista de la transición y hemos vivido la democracia desde el principio, las hemos visto de todos los colores. En nuestra infancia teníamos que besar la mano de cada sacerdote que nos cruzábamos en la calle, nos vimos obligados a rezar antes de cada clase, después de formar en el patio para alzar la bandera española y cantar el “Cara al sol” y estábamos sujetos a una multitud de reglas represivas y de obligaciones, con una contrapartida de muy pocos derechos. Es decir, vivíamos en una sociedad en la que las obligaciones eran sustancialmente mayores que los mínimos derechos sociales; pero si alguna vez pensamos que una vez muerta la dictadura, y felizmente enterrada en el Valle de los Caídos, preferiblemente boca abajo, íbamos a conseguir mayores cuotas de libertad, nos equivocamos de manera flagrante porque, tras el franquismo y la transición, el número de leyes que prohíben algo se ha multiplicado por mil.

Se lo juro, a estos intolerantes les debe poner “palotes” el totalitarismo nazi o la forma de gobierno dictatorial porque, ni en los tiempos más duros y radicales de la soberanía franquista, habíamos escuchado tantas veces en boca de nuestros políticos las dos palabras más antidemocráticas que existen: Prohibición y abolición.